LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO




Mi memoria es la memoria de la nieve.
Mi corazón está blanco como un campo de urces.
Julio Llamazares. Memoria de la nieve


LA RESPUESTA ESTA EN EL VIENTO

A MODO DE PROLOGO
¿Alguna vez habéis subido solos a una montaña?. Si es así me entenderéis.
Soledad, viento, fatiga, altitud, ¿cómo definir ese mundo mágico de la montaña que nos ha convertido en adictos al horizonte?.
Con la única ayuda de vuestro esfuerzo, es el viento el compañero que nos quita la inquietud del silencio, el viento en la cara que nos trae los sonidos del valle; que hace que la roca tome vida, que nos hace entender el entorno de lo que para nosotros es un modo de vivir, la filosofía de nuestra existencia.
Habrá quien me dirá, ya se, que nuestras fatigas, nuestros sufrimientos son inútiles, inútiles los peligros pasados, inútiles los esfuerzos realizados..., pero es conveniente que en este mundo corrompido por el utilitarismo alguien venga, alguna vez, a dar ejemplo de gratuidad, de desinterés. Ningún beneficio material nos procurará nuestra aventura, y esta pureza de acción es su única razón de ser, nuestra riqueza.
Se ha escrito de la juventud que es la Pasión por lo Inútil, claro, que ante todo es cuestión de entendernos sobre el sentido de la palabra inútil. A los ojos de la mayoría nuestra pasión es inútil, ¡menos mal!, como la inutilidad del arte, la inutilidad de la música, la inutilidad de las catedrales. Cuando el mundo que nos rodea se hunde, cuando nuestro mundo se ensancha, edificamos nuestra propia catedral de roca. La erigimos sobre nuestro universo, fundamos este universo de belleza, dignidad y sabiduría, y disfrutamos el placer de hacer algo tan sólo porque lo deseamos, que no es más que una conquista sobre nosotros mismos, el placer de gustar, soñar, admirar y comprender, es lo que nos mantiene unidos a nuestras montañas, y que vayamos donde vayamos tengamos siempre un lugar para ellas en nuestro corazón. Quizá por eso llevo años contándoos mi pasión por este universo mágico de las alturas, intentando transmitir a través de las imágenes los sentimientos que han quedado allá, en el viento.

EL ESCENARIO
En medio del Universo, pasan las estaciones, los astros, las nubes, generaciones animales, humanas y vegetales; la montaña es el único elemento que, en apariencia, permanece inalterable. Ella nutre a los ríos, con lo que cumple una misión fecundadora. Es asiento de tempestades y el retumbo del trueno o el alud aparecen con la voz de una potencia irritada. Atrae irresistiblemente la mirada desde el fondo de los valles por la deslumbrante blancura de sus nieves eternas. Es la primera en recibir y la última en retener los rayos del sol. Parece como si tocara el cielo mismo, los dominios de lo inmaterial, universo mágico de las estrellas, la luna y el sol. Lejos de la incesante agitación de nuestras ciudades, dominando los campos donde ruinas diseminadas recuerdan al viajero que nuestras civilizaciones son mortales, las montañas, esas bellas y poderosas montañas, se presentan como símbolos deslumbrantes de estabilidad y perennidad.
Pero es el sol, el amigo incansable que nos guarda aún sus secretos, quien permite estas bellezas de la montaña. Recuerdo unas navidades pasadas, concluyendo el día en la cresta final de Peña Ubiña. La fácil escalada nos había ocupado toda la tarde. Ahora, con los últimos rayos de sol culminamos la ascensión. Casi en lo más alto habilitamos una minúscula repisa para el vivac. Es una hermosa atalaya colgada a mitad de camino entre tierra y cielo. En el valle reina ya la oscuridad y más de mil metros allá abajo, los pueblos de Babia han encendido sus luces, presintiendo la noche. Aquí, a más de dos mil metros, recibimos las últimas caricias del sol. Magnífica ocasión para contemplar y soñar después de un día de actividad. No hay nubes en el cielo, y gracias a la extrema pureza del aire invernal vemos cientos de cumbres que nos rodean. Estamos solos. Frente a nosotros, al oeste, el sol flota por encima de los innumerables perfiles de las cumbres, se halla a nuestra altura; lo tocamos con la mano. es una gran bola roja, carnosa como un fruto maduro, que después de estar tanto tiempo colgado de la rama del cielo cae por su peso. Por el día no se piensa en el peso del sol, que ligero y poderoso flota sobre nosotros. Ahora, al verlo caer sin que nada pueda detenerlo nos asalta una duda. ¿Está cansada, agotada, esta pequeña bola incandescente que ya no se sostiene y apaga? ¿Va a hundirse en un repliegue de la tierra detrás de la línea de cumbres y a perderse en algún más lejano lugar del universo atraído por nuevos periplos? En nuestro picacho cada vez hace más frío y sentimos una inmensa soledad.
En estos momentos es cuando se comprueba que en su vagabundeo nuestro planeta se encuentra en el sitio justo, en los alrededores del sol y a la distancia exacta. Si estuviera más cerca sería un desierto abrasador, y si más lejos un mundo de hielo. Además, como queriendo jugar, para escapar de la monotonía, en sus movimientos se inclina y crea las estaciones.
Y para demostrarnos que la belleza es necesaria en todo momento, la tierra y el sol han creado estos maravillosos cristales de hielo y nieve, estrellas de aquí abajo, lenta imagen que el sol transporta de los espacios nebulosos hasta estos campos nevados de invierno.

EL PORQUÉ DE NUESTRAS AFICIONES
Alguien dijo una vez que es como una lepra lo que nos pega la montaña. De pequeños, un verano fuimos con la familia, por casualidad, al monte, y un día caluroso trepamos a una roca, y nos sentimos a gusto en ella; continuamos subiendo, llegamos a una cumbre, nos quedamos dormidos en ella, pegada la cara a la piedra, y la montaña nos contagió su viruela. Aquello fue fatal. En cinco o seis años quedamos totalmente intoxicados. Es una enfermedad como otra cualquiera. Uno no la escoge, pero la cultiva y afecta a unos con mayor virulencia que a otros.
Pero, ¿qué placeres ocupan al hombre para llevarle a ese juego con la montaña?. Algunos sienten placer en ejercitar los músculos y sentir vivir y vibrar el cuerpo, en superar esa dificultad que nos limita, en el vértigo de esa caída impensada que la cuerda y el compañero hacen que no pase de una larga sensación. Otros gustan vivir en la montaña las aventuras, pequeñas o grandes, que se presentan. Una ascensión, una escalada nunca se desarrollan según un programa trazado de antemano; siempre algún pequeño incidente nos saca de la rutina programada y nos obliga a improvisar y adaptarnos rápidamente a situaciones nuevas. El escalador pone de relieve toda la potencia de su cuerpo y de su mente. Para muchos apasionados, la montaña constituye la evasión más absoluta. El desplazamiento es total; todo es nuevo: el escenario, la actividad, la indumentaria, las costumbres, las preocupaciones y hasta el lenguaje.
Otros aman la montaña por su belleza; belleza del panorama que se divisa desde las cumbres, belleza de las aristas de nieve aéreas, paredes monumentales, rocas puntiagudas, belleza de ciertos pasos de escalada que permiten bellos gestos y una sucesión rítmica de movimientos.
Determinadas vías de ascensión resultan hermosas porque proyectamos abstraídos nuestros deseos de acción y conquista a lo largo de ellas, y se manifiestan de acuerdo con un ideal de elegancia y eficacia.
En fin, mil encantos minúsculos concurren a hechizar a quienes los conocen por experiencia.

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
Para la mayoría de los escaladores nuestra juventud se vio turbada por una llamada misteriosa, despertada por el simple viento que nos lanzaba al rostro un soplo helado.
Presentíamos un mundo desconocido, el de los horizontes inmensos de la libertad.
Las primeras grandes peñas que vimos apenas si produjeron en nosotros alguna sorpresa, era la altura azul cuya verdad nos era, por fin, confirmada.
A veces, tras haber recorrido montañas en muchos lugares del mundo, de haber ascendido por rutas difíciles o sencillas, nos queda el recuerdo de las cumbres de nuestra tierra, aquéllas donde comenzamos nuestra andadura, y aquéllas donde, seguramente, la acabaremos.
Nos situaremos en aquel 1968 de grato recuerdo. ¿Recordáis la música de aquel año?. Aún se escuchan los ecos del Sargento Peppers, Cuando nos atacaron con aquel fantástico doble blanco. La rabia de los Stones,la fuerza de Hendrix, y Dylan, siempre Dylan, la música que desde entonces nos acompaña y nos ayuda a comprender los sonidos del viento. Por eso, al recorrer los rincones que hicieron nacer en mí la pasión por las peñas, esta música me acompaña y me descifra los sonidos del silencio.

EN EL PRINCIPIO FUE EL YORDAS
Después de algunas incursiones turístico-montañeras, mi primera cima fue el Yordas, en aquel Mayo de 1968, de la mano, o casi, de algunos profesores del colegio, con alguno de los cuales compartí más tarde amistad y aventuras. Decir Yordas es decir Riaño, y decir Riaño es decir pena, soledad, tragedia. De aquélla estaba aún sin mutilar por los asesinos de recuerdos que poco a poco quieren aniquilar nuestra memoria. Ya les llegará el turno a ellos.
ecordando las palabras de Luis Miguel Rabanal.
"Nosotros que queremos más a la tierra que al amor,
ahora nos han roto el horizonte".
El Yordas fue mi primera salida a la montaña con idea de ascender una cumbre. En aquel momento yo no sabía que éste sería el inicio de una pasión que me ha ocupado hasta hoy. Después, a lo largo de los años, he llegado a muchas cumbres, pero quizá ninguna quede en mi recuerdo como aquélla primera ascensión de colegial, en que comencé a descubrir la emoción de las montañas. Recuerdo la llegada, emocionada, a la cima y la vista alrededor.
-"Aquéllos son los Picos de Europa"-, me decían, y empecé a encariñarme con esas cumbres, aún nevadas, que años más tarde me fascinarían.
Desde la brutalidad de Riaño no volví a fotografiar el valle, por eso permitidme esta licencia en negro, porque a mí, en Riaño, también se me ha roto el horizonte.
LOS TIEMPOS VAN CAMBIANDO
Tras una temporada curtiendo nuestros infantiles cuerpos en el mundo aéreo y misterioso de las cumbres, surge el reto de las paredes y comenzamos a escalar junto a aquéllos compañeros con los que fundamos el club.
Aquel primer Dülfer, el primer cuarto, o nuestro primer extraplomo con estribos van forjando nuestra alma de alpinistas.
Impresionados por los relatos de los grandes clásicos de la escalada intentábamos emular, a nuestra manera, aquéllas grandes paredes norte.
Bota dura, y tren a las 6 de la mañana, el valle de Villamanín se convierte en escenario de nuestras andanzas. Un as de guía en el pecho es el arnés, y, por supuesto, rigurosa etiqueta en el vestir: pantalón bávaro, medias altas y camisa de franela. ¡Cómo han cambiado los tiempos!.
Después, muchas otras montañas han soportado esta entrega a lo inútil. y, al final, tras 25 años subiendo peñas, lo que queda es un montón de recuerdos, y muchos amigos, amigos con los que he compartido la cuerda, los peligros, los sueños, las ilusiones, los retos, las decepciones, los buenos y malos momentos que el monte me ha dado. Aquélla primera cumbre sobre los horizontes de Riaño fue el primer largo de una bella escalada que aun continúa.

A MODO DE EPILOGO
Hay un antiguo proverbio tibetano que dice:
"Si una noche de luna miras fijamente la montaña, ésta te absorverá, entrará en ti y jamás podrás olvidarla".
Y es que desde el pie de las montañas contemplamos su mundo familiar con los ojos de la amistad. Esas enormes caras abarrancadas llevan nuestro sello, nuestras audacias, aventuras, hazañas, valor, entusiasmo están allí, grabados en las pendientes que nacieron con nosotros, para nosotros. Desde el día ya lejano del encuentro entre nuestro sueño y la realidad, nos hemos familiarizado con la altitud, esa sensación difícil de describir y que notamos en nosotros cuando sentimos una larga serie de sensaciones y confidencias:
Cuando la sangre nos late en las sienes y el aire helado nos seca la garganta y penetra en lo más hondo como un fluido poderoso y vivificador;
cuando ya no sentimos hambre ni sed y todo se convierte en esfuerzo;
cuando sentimos el piolet como parte de nuestro cuerpo, pegado a los dedos por el frío;
cuando la superficie de la tierra nos parece un rostro vivo;
cuando toda vida humana, animal o vegetal es absorbida en este gigantesco crisol de la montaña;
cuando sentimos que la gran queja de la tierra, manifestada en los mil lamentos del agua, el viento y la erosión es incapaz de turbar el gran silencio de las alturas;
cuando la perfección misma de este silencio es tal que hiere nuestros sentidos;
cuando la luz naciente brota de un infinito transparente y negro, penetrando directamente en nuestros ojos sin herirlos;
cuando al atravesar una fina arista nos sentimos como flotando, sin pertenecer ya a la tierra de la que nos alejamos;
cuando superamos el reto de encadenar una ruta inédita;
cuando notamos la cuerda como un apéndice más de nuestro cuerpo;
cuando el tacto de la roca se convierte en la piel de una compañera entrañable, entonces reconocemos la altitud.
Una escalada bien hecha es una paciente obra maestra compuesta al mismo tiempo de ciencia, amor y dedicación, a la que se puede admirar igual que a cualquier obra de arte.
Y al final de una ascensión, de una escalada ¿qué sentimos?, ¿la satisfacción de una victoria?, ¿el placer de conquistar un reino?.
Cada cual buscará su respuesta, pero la respuesta, amigo mío, está en el viento.


Las palabras anteriores están basadas en los pensamientos de Pierre Dalloz, Max Aldebert, Gaston Rebuffat, Georges Sonnier, John Hunt y alguno de mis amigos.